20/9/14

San Sebastián día 1: lo otro

Pincha en San Sebastián día 1: la películas si buscas eso, si no, adelante:

Que suene el despertador a las 06:45 no es agradable. Que lo haga porque te vas una semana a ver cine ya es otra historia pero, a quien vamos a engañar, no es agradable. Agua fría y una sobredosis de ibuprofeno después, me encuentro en un tren de Cercanías dirección Chamartín. Hay horas en las que no apetece ni escuchar música pero aun así no me resisto a ponerme los auriculares. Casi parecen una protección extra del exterior, una excusa para no escuchar y parecer más imbécil si cabe.

Imagen random del tren
Como molestar me molesta todavía más que ser molestado, decido que poniéndome en un asiendo de ventanilla con la maleta delante será el mejor modo de ocupar sólo dos plazas, el mínimo imprescindible. A los veinte minutos, y estando libres tanto mi butaca contigua como la de mi macuto, una mujer me pide sentarse donde están mis cosas. Para ello, me levanto, quito todo de un abrazo, hago maniobras imposibles porque la mujer está quieta, casi perenne en el estrecho hueco entre butacas y cuando termino, me veo de pié con mis cosas buscando un lugar mejor, una plaza donde se me quiera por cómo soy.

En Chamartín cojo el tren con destino a Irún que me acercará a San Sebastián. A estas alturas de la historia quiero destacar algo que marcará mi viaje: mi medio soy yo. A los periodistas que leéis en revistas o periódicos no sólo les han acreditado en el festival, como a un agradecido servidor, si no que su medio, además de su justo sueldo, paga el viaje y las dietas. A mi le lo paga Combo Duo Plus, que soy yo, un tipo tacaño y sin escrúpulos. Por eso mi yo director ha empezado por pagar un viaje en tren buscando el más barato y, por lo tanto, lento posible. Cuando encuentro mi asiento y pienso en las siete horas y media que tengo por delante, no puedo evitar cagarme en el servicio de recursos humanos de mi empresa, yo otra vez.

Foto que marcó mi viaje
A las dos horas despierto entre tinieblas. Estoy en algún lugar entre Ávila y Burgos que bien podría ser Transilvania. Parece que el verano ha acabado en la Meseta Norte definitivamente. El tren me gusta, es un medio de transporte cómodo y lleno de romanticismo. Menos en el servicio que huele regular. Según avanzan las horas me doy cuenta una vez más de lo tonto que soy cuando me suenan las tripas. Estoy encerrado sin alimentos en una lata mecánica hasta las cuatro y media, ya no me gustan tanto los trenes. Vuelvo del servicio mareado y decido pegarle un buen bocado a Vicio Propio de Thomas Pynchon, mi libro de viaje y cada día el de más gente.

No sé ni como consigo despertar en San Sebastián y me bajo aturdido. Al mareo y hambre se unen ahora un calor sofocante y el bajón del ibuprofeno en mi cuerpo. Tras toparme con un río que lleva al mar y darme cuenta de lo guay que es todo, me chuto un pollo de paracetamol que viene a ser el tabaco de las drogas de farmacia: hará daño a largo plazo pero a corto no notas nada. Tambaleante, llego a mi albergue, o al menos a la dirección que ponía en internet que tenía mi albergue. Resulta que pese a llamarse Atalaya, en el telefonillo pone simplemente Olga. Dubitativo durante varios minutos y pensando ya en sentarme en la acera y ponerme a llorar, soy asaltado por una agradable e inmensa bielorrusa que me dice que sí, que este es mi albergue, llama al telefonillo y se vuelve por donde ha venido. Dudo por un momento sobre si lo que acaba de pasar es una broma recurrente donostiarra o una señal divina y subo hasta el segundo piso.

El río de San Sebastián me recibió amable
Una dominicana muy amable me hace pasar hasta una sala con un ordenador muy bueno para finales de los noventa y un sofá mordido. En ese espacio, concebido sin duda para entablar amistades que durarán para siempre, veo cómo mi anfitriona pasa hojas de un cuaderno mientras murmulla que “las chicas estas no se enteran de na'”. Tras una tensa conversación telefónica con la ahora mística Olga, adivino que mi cama está ocupada pero que, por suerte, hay alguna otra. Probablemente me toque ir mudando de cobijo cada cierto tiempo pero al menos no estoy en la calle, qué bien.

En mi habitación hay dos literas, en una hay una australiana meditabunda y una italiana muy simpática que me dice que no hay españoles por la zona pero que muy bien todo. La otra tiene la cama de abajo ocupada por un ser que respira con dificultad. Temeroso, me voy acercando con cautela y descubro al mismísimo Jesucristo. Según la italiana, es otro australiano surfero pero yo sé que no, que es de Palestina, judío e Hijo del Padre. El caso es que el pobre está o muy enfermo o muy de resaca, así que dejo que piense en el perdón y el amor al prójimo y huyo de mi comuna hippie para recoger mi acreditación.

Fans de Denzel
A partir de ese momento la cosa pierde interés porque me dedico a ir a ver películas hasta la noche. A la salida del último pase, el bueno de Denzel Washington es perseguido por docenas de fans que le esperan. Muchos se amagan entre carteles y oigo gritos de Huracán e incluso algún Obama. Genios de la comedia sin duda.

Ante el inevitable regreso al “””hogar”””, decido deambular un poco por la playa. Miro las estrellas, absorto ante la infinita magia del cosmos, de Carl Sagan, descubriendo que no soy nada, mucho menos alguien, y percibo una luz que viene a por mi. Es cálida y se acerca, me dejo llevar. ¿Será este mi fin? ¿estaré muriendo? ¿veré a mi compañero de litera ahí arriba y me juzgará por mis pecados? Pues no, pero casi. La luz era de una excavadora bastante molona que limpia las playas por la noche y casi me hace trizas. En ese momento decido enfrentarme a mis miedos y vuelvo al Atalaya/Olga.

Descubro que la italiana está dormida, la australiana ausente y Jesucristo, omnipresente, mirándome desde su cama. Saludo con una genuflexión y cojo mis cosas de aseo para descubrir que el baño no está mal, ni libre. Vuelvo a entrar cuando sale un chico con cara de pocos amigos y genes irlandeses. Al regresar a mi habitación, el Salvador a decidido apagar la luz así que lo paso regular para subir a mi litera, portátil en mano y me pongo a escribir esto. Lo colgaré cuando haga mañana las críticas de las películas pero decidme que esto no es más interesante.

Muy bonito todo oye
Antes de despedirme una última observación, me ha costado tanto subir que creo que voy a dormir con el portátil a mi lado. No es que desconfíe del Buen Pastor, es que no sé si esta litera resistirá otro juego de guerra ahora mismo y no quiero despertar a un tipo que murió por mis pecados.

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3 comentarios:

  1. Jo... me encanta, es como si fuera hace 6 años y eso.

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  2. ¡Que bueno! me rio de los ocho apellidos vascos, Carmina....
    escribe un guión que seguro que triunfas

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  3. EH GRASIE ESTO ES DIVERTIDO Y MEJOR QUE LEER DE PELIS QUE NO VOY A VER MUCHAS GRASIE LOKO AGUR

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