Despierto pensando en mi familia, en cómo me han abandonado
aquí, solo, rodeado de seres extraños y obligado a ver hasta seis películas al
día, muchas sin reposacabezas. Recuerdo que he venido porque me ha dado la gana
y golpeo la misma balda de la cama superior con el rincón exacto de frente de
ayer. Soy un hombre de costumbres.
Mis compañeros están inconscientes pero oigo jaleo en el
pasillo, el Atalaya/Olga/Olga’s Palace es un ser vivo. En la ducha veo preocupado que
me queda poco champú, escrito shampoo, pero no es algo con lo que hacer un
drama. Oigo una voz madura, como de hombre cincuentón fumador de Ducados negro
sin filtro. Está intentando invitar a un guiri a una supuesta paella que está
preparando. Salgo inmediatamente de la ducha esperando un trato similar para disfrutar de mi
primera comida caliente y con más de tres ingredientes en cinco días y descubro
indiferencia, disimulo, casi rechazo. Nadie me invita a mí a nada, nadie me
quiere. Cabizbajo entro en el despropósito que llamo cuarto justo para ver a mi
héroe despertándose. Me quedo absorto mirando cómo un cuerpo que sufre tanto
por el alcohol sigue obedeciendo a su dueño cuando me doy cuenta de que él
también me mira. No sé si se mosquea al encontrarme empapado en medio del
cuarto o es que siempre es así de lento pero tarda unos dos segundos en musitar
un ronco “hey man”.
No entiendo mi vida |
Durante la proyección sueño con un mundo mejor y más justo.
Un mundo donde los Tiranosaurios Rex van en moto a cenar a bares de carretera y
las medusas saben a fresa. Me despierta el acomodador diciendo que mis gritos
molestan y, ahora sí, me voy a casa.
Nada que añadir |
Una vez instalados en sus literas pasa algo realmente increíble.
En realidad dos cosas, la primera es que el tipo silencioso pide permiso para
terminar una película de la que le quedan cinco minutos y no encuentra los
auriculares, esos que pisé hace dos capítulos. Pone la peli y distingo
perfectamente en discurso final de Somos los Mejores y muero de placer. La
otra cosa maravillosa es que por primera vez soy consciente según ocurre algo
de que voy a escribir sobre ello. Según oía la altiva arenga de Emilio Estevez a sus chicos, no
pensaba en lo que estaba viviendo si no en si me creeríais cuando lo plasmase
aquí porque, sinceramente, casi es demasiado perfecto. Terminada la película todo queda en silencio. Cinco
minutos después, comienza la tortura auditiva. Lloro onemoretime.
Ir a San Sebastián día 6: lo otro
Ir a San Sebastián día 6: lo otro
No hay comentarios:
Publicar un comentario