28/9/14

San Sebastián día 8: lo otro

Octavo día de vagabundear entre salas. Para saber lo que ocurrió dentro, sumérjase en la crítica cinematográfica de San Sebastián día 8: las películas. Para lo que sucede fuera, es aquí.

Despierto a las siete y me desperezo. Miro el reloj y son las ocho. ¿Qué ha pasado ese rato? No creo que mi cuerpo pueda estirarse durante una hora exacta y luego seguir siendo un hobbit. En fin, corroboro que somos cinco en cuatro camas y me preparo para el último día de pelis non-stop.

En mi agenda inicial, esa que hice hace una semana y que he ido modificando hasta que no ha quedado piedra sobre piedra, veo que había planeado siete películas. Me da la risa y tacho dos, sin compasión.

The player
Me dirijo al primer pase cuando me doy cuenta del buen día que hace y que tendría que ir a la playa. Tiro la mochila, me quito la ropa y voy corriendo hacia el agua. Me come un tiburón. Estoy muerto. Nah, me meto en el cine.

Despierto en la sala de redacción, alguien me pide el cable de conexión a internet porque no soy fotógrafo y no estoy subiendo imágenes. Me quedo sin internet y sin tarea porque lo único que tengo que hacer es escribir sobre película y subirlas a internet mentalmente pero, por lo que sea, no me sale. Como con mi acreditación no puedo ir a la gala de clausura, pillo un billete de tren para mañana por la tarde. Me doy cuenta de que definitivamente va a ser mi última noche en el Atalaya/Olga/Olga’s Palace y lloro. De alivio.

Camino al cine al que llevo acudiendo desde hace más de una semana y cojo un atajo secreto. Me pierdo. Aparezco en un arco bastante místico con vigilantes arriba. Según me acerco me preparo para cualquier cosa, pueden ser gárgolas pétreas, guardias reales o incluso seres mitológicos que me obliguen a superar todo tipo de pruebas antes de cruzar su portón. No sin cierta desilusión, descubro que las temibles siluetas son inofensivos turistas. Aparezco en la playa de la Concha y me doy la vuelta.

Ciudad de contrastes
Tras el último pase, desvirtualizo a amigos de twitter y me obligan, bajo presión muy oscura, a celebrar el cierre de la semana con unas rondas. La cosa se anima y terminamos discutiendo sobre animación y sobreexplotar el calendario de estrenos subidos al Peine de los Vientos con una botella de txakolin. Al salir del calabozo para guiris mamaos, vuelvo cabizbajo al albergue.

En mi habitación hay nuevos inquilinos pero por la hora y el cansancio no investigo más. No roncan así que me vale. Me meto en la cama y cuando voy a enchufar el móvil, sorpresa, mi nuevo vecino de arriba ha puesto a cargar algo en mi enchufe. No es que sea mío porque a mi me de la gana, es que prácticamente me da en la cara, algo que no molesta si es tu cargador pero, con el de otro, sí.

Encolerizado y achispado por lo acontecido en el párrafo con la foto imposible, empiezo a pegar puñetazos a las baldas de la cama de arriba como Uma Thurman dentro del ataúd. Tras varios golpes certeros, la madera cede. Repito el proceso otras tres veces hasta que mi compañero cae sobre mi, colchón incluido. Nos enzarzamos en un combate a muerte en el que él me muerde la rodilla y yo respondo con golpes de kárate sumamente complejos. Los de la litera de al lado intentan separarnos pero, en el jaleo, reciben un par de golpes y se meten al lío. Con el ruido viene medio albergue y todos quieren participar. Ahí están todos, el fumador, la bielorrusa, el dúo infernal y hasta el bueno de Yisus, repartiendo panes, peces y leches. La batalla llega a tal punto que la pared se derrumba y nos convertimos en un espectáculo para la ciudad. Somos una maraña de brazos y piernas que se odian. Una pelusa de carne imposible.

Ve hacia la luz
Despierto, claro. Todo ha sido un sueño. Bueno, todo no, mi móvil sigue sin batería.

Ir a San Sebastián 2014: el epílogo de lo otro

1 comentario:

  1. un plaser loko. no kreo k kieras benir bengas nestyiar, pero aki tespero.

    ResponderEliminar