Cartel de peli de medio pelo |
La trama nos cuenta la historia real de la pintora Margaret Keane, famosa en los Estados Unidos de los 50 por pintar niños tristones de ojos grandes. La fama de sus pinturas, vendidas a modo de carteles y postales de forma industrial, arrasó en el país cuando el que las firmaba era su marido. Lo curioso de la historia fue cuando se descubrió el pastel y, tras un divorcio truculento, el célebre artista pasó a ser un impostor que se atribuía lo que no le correspondía. La verdadera Margaret Keane sale haciendo un cameo sentada en un banco dando de comer a las palomas. Al verdadero Walter Keane se lo comen los gusanos.
Burton se centra en sus dos protagonistas que consiguen un poco de todo con dos interpretaciones opuestas. Amy Adams está sublime aunque el personaje sea, a ratos, demasiado tontorrón. Christoph Waltz también está bien pero no sé si era el indicado, digamos que desde el principio parece un loco, no hay manera de enfatizar con él aunque en el primer tercio debería ser así. Como la película en sí, no termina de decidirse entre una caricatura cómica con toques dramáticos o un intento serio de nada de lo contrario.
En el currele |
El guión viene firmado por Scott Alexander y Larry Karaszewski, autores de dos de mis biopics favoritos, Ed Wood y Man on the Moon, ambos llenos de todo lo que no he encontrado aquí. No es un mal libreto en absoluto, pero tan convencional que destacaría sólo como telefilm siestero.
Del sello Burton poco o nada, para satisfacción de detractores y pena de seguidores. La hija de la pintora puede recordar levemente quién es el director, junto con algún plano suelto, como un frenazo de un tenedor asesino o una secuencia loca en un supermercado, pero da igual, Burton no está.
Es un ¡BINGO! |
El autor de La melancólica muerte del Chico Ostra ha hecho una película sobre la autora de los niños de los ojos grandes y no hay ni un atisbo de magia. No ofrece siquiera un poco de esa tristeza que llena el corazón de gozo, esa sensación que los defensores de los dos artistas saben disfrutar. El resultado no es uno de los originales, es un póster comprado por moda y olvidado en un cajón, es lo kitsch sin nada debajo, dar al razón al crítico cuando no hacía falta que la tuviese.
Tras todo esto repito que no es un producto malo en sí mismo, la historia es interesante y se deja ver sin problemas, pero con los responsables que tiene detrás me es imposible no pedir mucho más de lo que he conseguido.
Los niños con ojazos terminan agotando |