21/9/15

San Sebastián 2015, día 3: lo otro

Para las películas vistas en esta jornada es por aquí, esto es personal por favor, salga de este rincón sucio donde garabateo sin pudor.

Si sigue leyendo, primero cambiaré el tono y le hablaré de tú, para después calmar los ánimos de los completistas y es que sí, este año la locura comienza por el día 3, no os habéis perdido ninguna otra entrada de lo otro. El motivo se aclarará, creo, en el relato de mis últimas cuarenta horas despierto.

Vendemos camisetas ricas
10:30: Despierto contento, todavía no ha sonado el despertador y estoy como una rosa, justo lo que necesitaba para tener tiempo y, a la vez estar descansado para la maratoniana jornada que me espera. El primer regalito es descubrir que en realidad el despertador sí ha sonado, o debió hacerlo, hace dos horas. Con prisa frenética me pongo ha hacer todo lo que planee ayer en el tiempo en el que debía estar ya haciéndolo. Soy un maestro de fastidiar a mi yo futuro.

13:00: Termino el primer escalón de tareas, faltan tres. Me pongo muy contento y feliz sabiendo que quedan cuatro horas y media para finiquitarlos y me da tiempo de sobra.

17:00: Termino la segunda tarea, miro la hora y se me cae una lágrima.

17:30: Me ha dado tiempo a ducharme y a realizar otra de las misiones, eso borra las pruebas de mi llanto y me empuja a la aventura. Salgo de casa satisfecho, no esperaba un 3 de 4, ni yo ni nadie. Soy un crack. Me dejo las gafas.

19:00: Llegamos a La Sierra, la sala de Villalba donde esta noche toca El Hombre Negro teloneando a Mamá Ladilla, una de esas bandas que son como South Park, de niño te hacen gracia por las palabrotas y de mayor entiendes la perfección musical que las aguanta.

24:00: Bolazo. Hay que recoger rápido, tengo seis horas para pillar un tren.

01:00: A veces, el post concierto es mejor incluso que el concierto.

02:00: Alguien rellena la neverita.

03:00: La gente aquí es de puta madre.

04:00: Debe ser la una, voy a intentar pirarme. Miro el reloj, veo un pozo oscuro abriéndose ante mí, me engulle. Me planteo movidas muy tochas. ¿Dónde van las horas muertas? ¿hay un cielo para el tiempo? ¿hay un infierno para las horas malas?

05:00: Tras cargar, descargar y volver a empezar, llego a casa. Recuerdo que me quedaba una tarea por hacer cuando veo una maleta vacía encima de mi cama. El tren sale en una hora y cuarto.

Origen
06:15: He llegado, me siento y me duele mi vida. Cierro los ojos con miedo a dormirme y pasarme de parada. Como soy consecuente abro los ojos y me paseo nervioso por el tren vacío. Es tan pronto y tan domingo que nadie quiere usar este medio de transporte. Necesito dormir, sólo un poco más y llegaré a un placentero asiento donde tumbarme cinco horitas.

07:10: En Chamartín tengo cincuenta minutos de espera en unos bancos forjados con un material de fuerza poditiva. Son tan duros que parece que hacen presión hacia tu cuerpo. No me será difícil no dormirme. Unos minutos y podré descansar con el grácil traqueteo de las vías del cielo.

08:00: Llego a mi vagón, el 2, encuentro mi asiento, el 3 ventanilla, mullido y reclinable. Cierro los ojos incluso antes de que se ponga en marcha. Pienso abrazarme a Morfeo y no soltarlo hasta que todos los desiertos de la tierra cubran mis ojos. Estoy a punto. Me dejo llevar. Una sintonía polifónica me saca del trance un segundo, escucho una voz enlatada que dice algo de un transbordo, unas obras y unas molestias que piden ser disculpadas. No hago caso. Duermo.

08:01: A mi espalda se sientan unos americanos que quieren hablar de cómo va su viaje con los que tienen al lado.

08:20: Toledo les ha encantado.

08:45: Es una pena que no tengan tiempo para Salamanca porque, conociendo sus gustos como ya los conozco, les iba a encantar también.

08:50: La conversación pierde fuelle. Por la falta de charla adivino que al menos uno de los maridos está o muerto o dormido. Se han contado todo. Creo que me toca, sonrío, cierro los ojos, viajo.

09:00: El tren se para, vuelve el politono, vuelven las explicaciones, vuelve una azafata. Hay que bajarse. Mi falta de reposo me hace imposible clarificar si esto es ya un sueño del merecido descanso o si de verdad me estoy bajando de un tren en Valladolid. Veo un balcón con una bandera del pollo, me estoy bajando de un tren en Valladolid. Nos suben a unos autobuses y nos prometen llevarnos a otro tren. En el bus cabeceo sin descanso, golpeándome una y otra vez contra el cristal con la esperanza de abrirme el cráneo y frenar esta agonía.

Ni llega ni hace falta, asita de la vergüenza
09:30: Llegamos a una estación llamada Cabezón de Pisuerga donde nos espera otro tren. La numeración de vagones que encuentro es la siguiente: 4-X-7-8. Recordad que soy el 2. Me meto en el X a la aventura y me siento en un asiento 3, importándome ya todo bastante poco. Los asientos son menos mullidos, menos reclinables y menos asientos. Era de esperar. Cierro los ojos, cierro los malditos ojos. El tren arranca, tengo cuatro horas, necesito dormir.

09:31: Oigo, no, huelo un zumbido. Algo familiar a todos los enfermos que hemos crecido delante de una cajita que brilla. No puedo evitar la tentación y abro un ojo. Las televisiones del techo están encendidas. Cierro los ojos.

09:35: No puedo evitarlo, necesito saber qué película es. No por verla, por puro curiosidad, no puedo dormirme y no saber qué han puesto. Es más, no puedo dormirme.

09:45: Por fin, Autómata, a sobar.

11:45: Llevo dos horas en un duermevela constante.

12:45: Ponle tres.

13:26: Llego a San Sebastián y al bajar del tren me encuentro con la misma obra que dejé el año pasado, diría que en el mismo estado. Esto nos une más al resto de la península con Euskadi que cualquier otra cosa.

Mi casa es su casa
13:45: Llego a la dirección de mi albergue, Hospedaje Kati, esperando encontrar cualquier cosa. Para decepción de mis habituales, en la puerta indica claramente a qué me enfrento y llamo al telefonillo del 5ºC contento y decepcionado ante mi buena suerte. Mirad en qué me habéis convertido. Lo bueno es que nada más ver al tosco donostiarra que me abre una puerta decimonónica, adivino que ahí hay material. Mi hospedaje es, básicamente, una casa del casco viejo a la que han plantado ocho camas en dos habitaciones. El tipo me da unas llaves y una toalla y se despide hasta el sábado antes de volver al cuarto donde se oye una televisión a buen volumen. En mi cuarto, mi hogar, mi templo, hay dos camas ocupadas y dos libres así que toca elegir. Ya sabéis mis gustos, la de los enchufes es rápidamente sobre la que extiendo mis pertenencias mientras intento cargar el móvil los cinco minutos que planeo estar ahí.

13:50: Todo listo, me preparo para partir hacia la acreditación cuando un amable saludo me sorprende desde la puerta. Una señora sonríe mientras pregunta sobre mi comodidad y mi nombre, en ese orden. Deduzco que es Kati o la heredera si esto es un antiguo linaje de hospederos que se pierde en la noche de los tiempos. Me dice que si su hijo me ha dado el plano y me lo da, que si me ha enseñado el baño y me lo enseña y que si me ha cobrado y me cobra. Pagar por adelantado seis noches es más arriesgado para el que se aloja que para el dueño, eso seguro, pero yo ante Kati no tengo ningún poder. Frase a frase se va ganando mi corazoncito hasta que adivina que vengo "por lo del cine" y rápidamente remarca: pues en esta zona tienes como doscientos bares así que a disfrutar de la semana. La celeridad con la que ha unido la crítica cinematográfica con ir de cervezas no me la esperaría ni en Boyero en San Canuto.

14:00: Llego al Kursaal, el corazón del festival aunque tenga nombre de institución noruega, me acredito y planifico enlazar cuatro pases. A lo loco.

De perdido al river
23:30: Estoy saliendo del tercero, cansado pero entero. Dudo por un momento si aventurarme al cuarto, una peli japonesa de ritmo paralizante durante 128 minutos. Qué demonios.

00:45: Me gusta lo que veo pero cada vez está más oscuro, no sé por qué.

01:15: Pero qué... a vale la peli, sigo en un cine. Qué susto.

01:30: Ufff esto va a ser complicado, venga cuarenta minutillos y para casa.

01:32: Venga han debido pasar ya como veinte, voy a mirar el reloj. Oh Dios.

01:45: Soy un pato y puedo volar.

02:10: Esto ya está, se enciende la luz, me tiro al suelo y voy haciendo la croquetilla hasta el hostal. Ese es mi plan, si no te gusta no tengo más.

02:30: Al entrar en mi cuarto, mis dos misteriosos compañeros duermen. No veo un pijo así que no puedo saber cómo son, mañana desvelaremos el misterio. Tropezando con todo lo que se encuentra a mi paso llego a la cama, me tiro en bomba y confía en que un sueño reparador aplaque todo lo que mi cuerpo me ha estado recordando estas horas. En ese momento, un pequeño detalle desvela que uno de mis compañeros de habitación es un varón, mayor de edad, de complexión robusta y dormir placentero. Sus ronquidos delatan que además anda regular de la nariz y, supongo que del oído. Pero a mi eso ya me da igual, me mece como si fuese un ronroneo placentero y me desmayo.

2 comentarios:

  1. El año que viene vamos a hacer una colecta para meterte en un hotel. O no, que pierde emoción lo otro.

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  2. Madre mía, al final nada de descanso en el tren...

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