22/9/15

San Sebastián 2015, día 4: lo otro

La crítica de las películas vistas este día sigue estando en este enlace. A continuación, el salseo, la mandanga, lo demás.

El crujir de la madera me despierta. Con los ojos cerrados, oigo cómo alguien se mueve en cubierta, los viejos tablones chirrían bajo sus pies azarosos, apresurados, ocupados, inquietos. Se nota que toda la tripulación anda atareada en lo que supongo que son los diferentes oficios del marino. Respiro profundamente, el ambiente húmedo y salado penetra en mí, abrigando mis pulmones con algas invisibles que me acompañarán hasta que toque remontar la meseta. Estoy mareado, el vaivén del navío ha debido causar estragos y parece que mi estómago pide guerra. Abro los ojos, estoy en el Hospedaje Kati.

Mi paisaje diario
El suelo de madera suena como la pesadilla de un bricomaníaco y mis compañeros se preparan para partir de buena mañana. Veo que sus hábitos de acostarse y levantarse pronto chocan contra los míos así que coincidiremos poco. Cuando noto que han desaparecido, aprovecho para brincar hacia la ducha. Al levantarme vuelvo por un segundo a la sensación de nave en mitad de la tormenta y me doy cuenta de las horas que llevo sin meter algo al cuerpo. Como desayunar pasta de dientes no está demostrado que funcione, me preparo con presteza en el exiguo baño y salgo a la calle en busca de aventuras imposibles y, a ser posible, un Colacao calentito con tostadas.

La mañana transcurre con normalidad, llego tarde a los sitios, me tropiezo en el palco del Victoria Eugenia y estoy a punto de ser recordado en la historia del festival, no soy capaz de conectarme al WiFi del maldito Kursaal y, por fin, vuelvo a tener un momento para comer algo. Hay que empezar con buen pie y no quiero que el cuerpo se resienta ingiriendo cualquier porquería, compro una barra y embutidos en un Spar.

Muy contento por salir con una bolsa de un supermercado, me como el culo del pan y descubro que sabe más a congelador que el codo de Walt Disney, que por cierto está enterrado en un cementerio normal pero sigo usando su leyenda urbana para el chiste porque es gracioso.

Mobi Estar, gracias
Tal es mi desgana que elimino los hidratos de mi dieta drásticamente, haciendo un triple en una papelera, y abriendo a mordiscos el paquete de lomo. Con la cara y las manos como Jack el destripador en un callejón poco iluminado, subo a mi hogar para limpiarme y pillar algo de internet de buena calidad para, entre otras cosas, escribir esto.

Llego a Ka Kati y descubro que no hay nadie. Desestimando mi primera idea de quitarme los pantalones, subirme los calcetines y hacer un Risky Business, busco la clave del WiFi y disfruto cuando encuentro algo que enseñaros.

Vuelvo contento a mi cuarto, cierro las cortinas que separan mi media mitad de habitación con la otra y me pongo a redactar lo que haga falta. La conexión va bien y tengo enchufes de sobra, la vida es maravillosa. En ese momento se oye la puerta, es Kati con su hijo que deben venir de/a comer algo. Como mi cuarto está entrecerrado, no reparan en mi presencia y yo, temeroso de Dios, me hago el longuis. Oigo el típico ajetreo de una cocina donostiarra, que curiosamente se parece a la de cualquier casa que conozca, y vuelvo a oír un portazo. Es una voz femenina que saluda amablemente a la propietaria de este nuestro piso y entra en mi terruño. Es entonces cuando volvemos a uno de esos momentos en los que me hago grande y me luzco para gozo ajeno y vergüenza propia.

Qué pasa con esto
La chica, esa compañera asistente al festival de la que ya se me había advertido, saluda al ente que se esconde tras la cortina, yo. Devuelvo el saludo mientras noto jaleo de mochila abriendo y cerrándose y no soy capaz de recordar por qué demonios puse ese trozo de tela separando una habitación donde no había nadie. Ahora, si desvelo el secreto, podré molestar a mi compañera si no quiere que lo haga y, por el contrario, resultará extraño si mantengo mi posición de ermitaño inexpugnable. Así es como pierdo esta oportunidad única de hacer contacto con otro ser humano tan atareado como yo, con similares inquietudes y preocupaciones y que, sin lugar a dudas, hubiese hecho que esta experiencia fuese más cómoda y amistosa. Estaréis contentos.

Al rato desaparece ella y yo detrás, minutos después claro, no sea que parezca una persona normal. Las películas se suceden y, no sé muy bien por qué, termino de nuevo entrando a la fatídica sesión de las 24:00, las 00:00 para los adelantados.

La foto que casi me mata
Cuando vuelvo al hogar todos duermen, el roncador especialmente, y me encuentro con mi cortina ligeramente entreabierta. Temo que alguien ocupe ya la cama que espera su turno en mi zona o, peor, la mía. La tenue luz del móvil me hace temer lo peor al confundir almohadas con cuerpos, como aquel truco que hizo que los Nazgûl se cargasen un precioso juego de sábanas. Tras llegar a la conclusión de que sigo solo, pienso en quién ha movido la cortina. Si ha sido mi compañera, puede significar que quiere que me abra un poco al mundo, que me olvide de mis fobias y mis filias. Si ha sido el roncador, supongo que es para que disfrute en plenitud de sus orificios nasales obstruidos. Si ha sido Kati, entiendo que querría airear la osera y, si el responsable de ese misterioso movimiento ha sido el hijo cuarentón, ¿cual será su propósito final?

Mañana más, que no puedo more.

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