13/10/15

Sitges 2015, día 3: lo otro

Vuelvan a Sitges 2015, día 3: las películas que es donde deberían estar, aquí no se les ha perdido nada. Circulen, no sean morbosos, aquí no hay nada que ver.

Aquí pasaron cosas
Como en el reciente Festival de San Sebastián, mi presencia este año en Sitges se ha visto atrasada dos días. Los motivos que me han llevado a perderme las primeras jornadas son variopintos y no vienen al caso, desde ahorrar saltando la tarifa de puente que han puesto los colegas hosteleros, hasta tener más tiempo para cuidar de un bonsai que, por otra parte, no poseo.

Mucho me temo que mi llegada dominguera a la costa catalana se debe, al menos en cierto modo, a un evento cantarín en el que todos bailamos como hermanos. Hubo risas, llantos y hasta catering, causante también de más risas y llantos. Con una experiencia muy similar malvivida hacía sólo un par de semanas, cualquiera diría que esta vez todo sería más cómodo, que habría aprendido de mis errores. Lo normal hubiese sido que preparase todo con antelación, dejando maleta y deberes hechos el día de antes y durmiendo con el respeto que un colchón conocido se merece. Esta vez iría preparado y descansado, listo para una semana de horarios imposibles en la que cuerpo y mente luchan contra la lógica constantemente. Pues bien, no estaríais leyendo esto si yo fuese esa clase de personas que a la segunda esquivan la piedra. Más bien soy de los que insiste hasta que se desgasta.

La luna
Cuando llegué a casa a las 04:00 ni yo mismo me creía que tenía que volver a coger el tren de las 06:00. De algún modo, cerré un momento los ojos y al abrirlos ya estaba aquí, subiendo con dificultad el escalón ridículamente alto del Cercanías que me lleva a mi zona de confort: las esperas en Chamartín. Allí lo paso bien, sobre todo cuando a estas horas lo único que hay abierto son dos cafeterías donde no el agente Cooper no tendría huevos a pedir tarta de cereza. La megafonía advierte sobre la importancia de vigilar en todo momento el equipaje y, cada vez que se repite el anuncio, noto miradas de desconfianza entre los que estamos de madrugón. Hay una señora que no me quita ojo y yo, como para cumplir sus expectativas, vigilo su bolso, esperando mi oportunidad para delinquir como nunca he hecho. Supongo que años de publicidad subliminal están teniendo un efecto secundario y ahora me veo tentado a hacer lo que oigo con insistencia.

La hora mágica llega cuando aparece el número del andén de mi tren, en 9 y 3/4. No, es broma, el 14. Avanzo con pesadez, arrastrando mochila, maleta y ojeras hasta la primera puerta donde me espera un descanso inagotable durante un viaje de nueve horas de ovejitas saltando setos y otras alegoría somnolientas. Cuando despierte, escribiré parte de lo acontecido para ir ganando tiempo y, si es menester, incluso me pondré una peli para ir abriendo boca. Qué bien elegir este tren que, aunque tarde un poco más, es barato y puedo cerrar los párpados como merezco. Pues bien, resumiendo mucho, no había enchufes, no había bandejas y los asientos NO eran reclinables. Felices nueve horas. Imbécil.

A ver qué ponen
Tampoco os quiero engañar, hubo matices positivos. La máquina de refrescos que había al lado de un baño con olor a estanque mortuorio durante los estragos de la peste negra, tenía pequeños botes de Cacaolat, único motivo legítimo de Cataluña para independizarse de donde quieran. Además, el timbre que anuncia cada parada estaba a tal volumen que daba igual cómo te pusieses la música o lo profundo que fuese tu sueño, jamás podrías pasarte tu destino. Si el viaje dura tonto es por el número de paradas así que tuve la oportunidad de escuchar unas noventa veces el bonito politono de Renfe, seguido por la voz femenina del tren español.

Mi llegada a Barcelona coincide con la salida de mi transbordo más cercano a Sitges así que tengo otra media horita para conocer una nueva estación de tren. Todas están rematadas del mismo modo, son como las franquicias comerciales que, aunque cada edificio es diferente, sabes moverte del mismo modo en todos porque conoces su organización. Yo, que ya soy un experto en esto, lo mismo me da Chamartin que Sants, puedo perderme en las dos.

El monete te saluda
Por fin estaba de vuelta en la capital del cine fantástico y de terror, y digo de vuelta no por lo del año pasado, si no porque una hora antes había pasado por allí con mi tren, que realizó un centenar de paradas pero no incluyó la que me hubiese interesado. Una vez allí, llego a acreditarme por los pelos y empiezo la fiesta de tragarme películas mientras reviso ansioso el horario de la siguiente. Y eso es todo por hoy.

Vale, lo sé, que dónde duermo, quiénes son mis compañeros y por qué todo es horrible en mi hostal. Respecto a eso tengo una noticia mala y una buena. La mala es que no os vais a divertir con mi sufrimiento porque el sitio está muy bien, es muy cómodo y tengo, por primera vez, cuarto para mí solo. La buena es que no os vais a divertir con mi sufrimiento porque el sitio está muy bien, es muy cómodo y tengo, por primera vez, cuarto para mí solo. Pero tranquilos, ya me encargaré yo de cagarla de algún modo para tener material.

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