A Michael Bay le encanta su trabajo. El realizador disfruta preparando explosiones, diseñando la inercia de objetos que se estrellan tras complejas persecuciones y rodando planos épicos de compungidos protagonistas que miran al horizonte. Le gusta tanto, que es incapaz de desechar cualquier excusa, por muy absurda que sea, para volver a ponerse tras la cámara y gritar acción en un desierto lleno de detonadores programados.
En esta quinta entrega sobre los belicosos robots de Hasbro (que vale por una sexta y una séptima), le ha sido imposible quedarse solo con uno de los cuatro arcos argumentales que mezcla sin orden ni vergüenza, logrando una película cuyo primer montaje debió durar unas cuatro horas que fueron recordadas eliminando fotogramas sueltos, pero sin prescindir de escena alguna.
El resultado es una sorprendente carrera contra la voluntad del espectador que, tras dos horas y media de planos de menos de un segundo, descubrirá a la salida que la realidad es mucho más lenta de lo que recordaba. Que no se diga que Bay no hace cine inmersivo.
Y ya que estoy, comparto mi ranking de Michael Bay. Fascinante franquicia esta.
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