29/5/15

Nocturna 2015, día 4: el hada, el infierno, el cura y la sangre

Cuarto día en el #3MIFFF, término mucho más molón que #Nocturna2015 os pongáis como os pongáis. El cansancio, la falta de sueño y la locura de lo proyectado, está empezando a notarse en las caras de los asistentes, especialmente los que van a la sesión siestera y se acomodan sabiendo que tienen ante ellos hora y media de descanso. Hasta hoy no se han perdido mucho, las cintas proyectadas en primer lugar han servido más como calentamiento que como título a recomendar pero, por suerte, la cosa se ha animado.

La encargada del milagro ha sido la loca Liza, the Fox-Fairy, producción húngara indescriptible que ha arrancado carcajadas entre los asistentes, especialmente alguien de la zona delantera que desde el minuto uno no ha parado de fliparlo, típico fan del humor húngaro supongo. Dirigida por el debutante Károly Ujj Mészáros, ojo con el nombre, cuenta la historia de una joven desesperada por encontrar el amor. Su único amigo, el fantasma de una estrella del pop japonés de los años 50, parece ser invisible para el resto de la humanidad, así que decide salir para celebrar su treinta cumpleaños y encontrar a su media naranja en un burger. De pronto, todos a su alrededor parecen ir muriendo y ella sospecha que se está transformando en un hada del folklore nipón. Sí, esto es así, si has sido capaz de no perderte en la sinopsis deberías verla, pero si te has perdido, también. El ritmo imparable y la lograda ambientación hacen que piense en Jeunet y Anderson mezclados con Sono o Iguchi, lo justo para llegar a ese tono asiático que, extrañamente, encaja con el húngaro hasta fundirse en una misma cosa. El humor negro se apoderó de la sala y, por un momento, los Palafox olían al Retiro de Sitges.

Con el subidón de una sesión satisfactoria, y calculando por los comentarios oídos que el premio del público se quedaría en esa primera peli del día, entré a ver Hellmouth con las ganas con las que subía al autobús cuando había excursión del cole. Una cinta artística, que homenajea el terror de los 50 y guionizada por el tipo que escribió la aclamada Pontypool. Como os podéis imaginar, todo esto jugó a la contra. Tras un prometedor inicio en el que conocemos al enterrador protagonista, el siempre molón Stephen McHattie, comienza su aventura sobre un croma algo dañino que ya no abandonará hasta el final. La estética que se buscaba se convierte en una mala copia de lo que sí logró Sin City y el argumento, pesado y con parones donde le viene en gana, va desbarrando hasta convertirse, en el último cuarto de hora, en lo que explicaba el resumen promocional: un tipo va al infierno a rescatar a su chica. Fin.

Mientras tanto, en la otra sala tampoco estaban para tirar cohetes. Infini es un intento de su director y guionista, Shane Abbess, de contar algo muy complejo en el espacio, con marines, terror, alienígenas y filosofía. El pobre no termina de dar una y como cinta espacial queda pobre, las escenas de acción no son más que disparos a lo loco, la intriga brilla por su ausencia, los bichos los sigo buscando y la moralina de primaria, ni era necesaria, ni termina contando nada. Intenta recordar a Alien, el octavo pasajero o Blade Runner, títulos que le quedan tan grandes que, otra vez, consigue el efecto contrario y queda mal. Mejor le hubiese venido centrarse en algo más concreto, utilizar sus recursos a lo Dead Space y marcarse un corto con sustancia. Si me vas a repetir las mismas escenas pasilleras durante cien minutos para llamar largometraje a tu idea, no me vale.

El baile entre expectativas y resultados estaba convirtiendo el día en una montaña rusa llena de picos y valles y, a punto de entrar en la sesión de Exeter, la nueva cinta de Marcus Nispel, no tenía demasiadas esperanzas. Nada de lo presentado hasta ahora por este realizador de remakes de clásicos del terror me había gustado demasiado. Esta es su primera cinta propia, ni adaptación, ni refrito, ni chorradas, y menos mal. Resulta que lo único que quería el pobre todos estos años era pasar un buen rato y, por fin, lo a conseguido y nos lo ha pegado. Estamos ante un tour de force (boom, soy crítico) que juega con muchos clichés del género con estilo, fuerza y ritmo. La trama nos sitúa en un antiguo sanatorio donde unos amigos han desfasado muy fuerte. De mañaneo, se curan la resaca como pueden mientras se enfrentan a posesiones demoníacas, maldiciones, ritos ancestrales y demás cucadas ideales para ambientes abandonados. Choteandose de todo lo que cuenta pero haciéndolo bien, Nispel se gana al público festivalero entregado al cachondeo y la locura. Después de tantos truños seguidos, es un placer pensar en este tipo como un nombre al que seguir, segunda sorpresa del día y me temo que la última.

Y es que Headless confirmaba de nuevo que más que una montaña estábamos ante una ruleta rusa donde, en cualquier momento, puedes llenar la pared de sesos. Había curiosidad por esta salvajada gracias a su procedencia, la acertada Found que se pudo ver en la pasada edición de este festival. En ella, uno de los protagonistas estaba obsesionado con una cinta grotesca de serie B llamada Headless y de la que veíamos algunas truculentas imágenes. Ahora llega este intento de crear esa cinta ochentera donde la sangre y lo macabro son únicos protagonistas. El resultado, dirigido por el técnico de efectos especiales de la historia madre, es un conglomerado de gore sin ningún otro sentido que el de existir y molestar si hay alguien de fuera del mundillo que lo esté viendo. El añadido necrófilo hace que a ratos te preguntes si merece la pena seguir viendo esto, si debería soportar este vacío argumental con tal de cumplir y escribir esto. Como soy un profesional, aguanté el sueño y me la tragué, eso sí, mientras volvía a casa en el bus que, si perdía por quedarme en la sala, me dejaría en tierra varias horas. Pese a todo debo reconocer que hay un niño calaverita que me gustó, y hasta ahí.

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