Los jefes |
David García presentó su futuro corto, El último guión, un homenaje a los templarios de Amando de Ossorio que se rodará este verano. Junto a él se sentaron parte del reparto de lujo que pululará por el proyecto, una colección de imprescindibles del género hace cuarenta años que ahora, debido a la escasa memoria fílmica que padecemos, son carne de cortometrajes y festivales.
El CGI de carne y hueso |
Terminados los recados pertinentes y pasado el tiempo muerto que utilicé en escribir todo lo anterior, llegó el turno de arrancar de verdad con la primera peli. Indigenous es una producción americana dirigida por el debutante Alastair Orr, un tipo con un nombre tan chulo que no se lo merece. Sobre todo porque su peli es un poco una de esas tomaduras de pelo que alargan y repiten su propia fórmula hasta llegar, agotados, a los deseados 90 minutos. El argumento nos presenta a unos turistas americanos que van a Panamá y se adentran el una selva prohibida para ver una cascada muy bonita. Allí con atacados por el chupacabras, que en esta ocasión es un Gollum blancucho que da pereza. Teniendo en cuenta que la primera media hora es la típica introducción de vacaciones y los cuarenta y cinco minutos siguientes son palmeras iluminadas por linternas, me da igual que en los últimos diez se vuelva por fin un poco loca y ofrezca algo diferente. Es más, ese pequeño giro tonal tiene pinta de ser culpa de la estupidez más que de una iluminación repentina. Tomarse a sí mismos tan en serio es un error, y más si tu protagonista es una supuesta veterinaria que tiene toda la pinta de ser una californiana aspirante a actriz sin demasiado futuro, pero en fin, supongo que podría ser peor, podría ser un found footage.
O incluso podría ser la siguiente, Another, un film que venden como giallo visual moderno y que se queda en truño pretencioso atemporal. Una orgía de edición y etalonaje que hace imposible seguir una historia que, cuando se comprende, ya da igual. Resulta que hay una chica que tiene una tía loca y que empieza a imaginarse que se desdobla en su madre que es una bruja. Y no sé qué y qué sé yo, aquelarres, maldiciones, trucos de imagen reguleros, encías prominentes y un combate con fuego en CGI y focos parpadeantes que me hicieron pensar en el suicidio o peor, en una bomba de humo bien rica. Recordé entonces cuando hace un año, en esa misma sala, posiblemente sentado en la misma butaca, me tragué Lord of Tears y mientras pensaba en la recomendación de Luis M. Rosales y en cómo se estaría riendo de todos nosotros en la sala 1. Porque te queremos, que si no.
La cosa no iba bien, a quien vamos a engañar. Lo bueno es que en el acto principal, al que no me apunté porque ya había visto la peli, la jornada se iba a arreglar sí o sí. Con Robert Englund presente y Alexandre Aja recogiendo su Nocturna Visionary Award, dio comienzo la gala de inauguración que encabezaría Horns, última cinta del director homenajeado. El responsable del acertado remake de Craven, Las colinas tienen ojos, y la divertida Piraña 3D, presenta ahora esta historia fantástica sobre una chica muerta y un pueblo que culpa al novio sin darle una sola oportunidad. El chaval somatiza esto de tal manera que despierta un día con cuernos y con un superpoder bastante curioso: sacar lo peor de todo el que le rodea. Gracias a esto, debe encontrar al verdadero culpable de la muerte de su novia y poder así vivir en paz. Las protuberancias óseas de Daniel Radcliffe bien podrían ser una metáfora de lo que Harry Potter ha sido para su carrera, bendición y maldición al mismo tiempo. Su cara juvenil y limitado banco de expresiones, te obliga a volver a Hogwarst plano sí plano también. Pero como el tío es majo y me iría de farra con él, se aguanta y logra convencer en este guión molón y entretenido. Según se deteriora el protagonista, aumenta el disfrute del espectador y el ritmo de la trama. Aja maneja mejor que nunca este apartado y no la caga en el tercer acto, algo que parecía imposible según se presentaban los conflictos. Barroca en su concepto pero no en su ejecución, Horns funciona a la perfección, al menos para alguien que no se ha leído el original. Me cuesta entender cómo un tipo que está produciendo truños a los amigos, como eso de La pirámide, tiene problemas en vender una cinta propia más que correcta.
Pero esa no fue mi elección y, sabiendo que en la sala grande todo iba a petarlo, con una carga de dos truños a la espalda y temiendo un triplete bajonero el día del estreno, me senté a ver si la había cagado del todo. PUES NO. Resulta que Lost After Dark sí es todo lo que habían prometido, un slasher que homenajea aquellos de los ochenta con amor y devoción pero desde el punto de vista de la exageración y el cachondeo. Una cinta que no se toma en serio a sí misma y logra así ser mucho mejor que las propuestas actuales que sí lo intentan. Dirigida con estilo por el canadiense Ian Kessner, la trama es sublime: unos chicos se escapan de su instituto americano durante el baile de fin de curso de 1984, roban un bus escolar que les deja tirados en la carretera y se guarecen en una casa que parece estar abandonada, y digo parece porque claro, está habitada por un asesino barbudo. El body count se hace esperar pero el viaje merece la pena. Repleta de referencias al género, hasta con un personaje llamado Tobe, con las impurezas en la imagen que nos llevan a aquella época, e incluso con un rollo perdido donde ocurre algo que nunca vemos, un gag que ya utilizó Robert Rodriguez en Planet Terror, esta cinta ofrece diversión para los amantes del videoclub y los perturbados con cuchillo. Además sale Robert Patrick molando muy fuerte, yo no necesito más, glory bendit.
Y hasta aquí la primera jornada, las últimas sesiones salvaron un día flojo, al menos por culpa de las que yo elegí, con este ojo clínico que tengo para los petardos en festivales. Me gustaría encontrarme con alguien que vea justo lo contrario para abrazarme a él y que me diga qué he hecho mal.
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