30/5/15

Nocturna 2015, día 5: licántropos íberos, demonios itálicos, locos aussies y conejitos finlandeses

Quinta jornada de cine para mis ojos cansados. La cantidad de sesiones, el escaso reposo y los litros de sangre, pueden hacer que empiece a desvariar muy fuerte. Si no se me entiende al escribir o me pierdo en reiteraciones poéticas de parvulario, lo siento profundamente, soy sólo un despojo de lo que fui, un ridículo saco de vísceras que teclea, no sin dificultad, sus propios recuerdos. Un hombre en busca de su destino, forjado en una taquilla y anclado en una butaca mientras desespera en su camino hacia el título definitivo, el sancta sanctorum del terror, la peli del festi. Joder, en serio, perdonad.

La primera sesión a la que acudí fue al hueco obligado cada año para recordad al Spanish Horror en general, y a la figura de Paul Naschy en particular. En esta edición le tocó el turno a uno de los pilares del género, La noche de Walpurgis, la imprescindible obra de León Klimovsky donde Naschy se apodera de la pantalla para no volver a soltarla nunca. Disfrutar a lo grande y en una sala llena de fans de este título es maravilloso. Allí estaban de nuevo esas dos amigas que recorren Francia buscando la tumba de Wandesa Dárvula de Nadasdy, el desdichado inspector Marcel y, sobre todo, el inquietante Waldemar Daninsky. Es curioso descubrir cómo los mayores defensores de esta historia de nuestro cine, tan fundamental como tapada, saben tratar la cinta como deben y ríen ante sus defectos, recordad que hablamos de una peli española de bajo presupuesto de 1971, tan fuerte como aplauden a cada uno de sus responsables. Allí presente estaba José Antonio Pérez Giner, uno de los homenajeados por el festival este año, que hizo un esfuerzo memorable para decir unas palabra luchando contra la edad y la enfermedad. Su intervención fue coronada por una de las ovaciones más sentidas y largas que se han vivido en estos tres años de merecidos reconocimientos.

En la misma sesión, para empezar bien el día con un doble a pecho descubierto, pudimos ver Queridos monstruos, documental firmado por los hermanos Prada que, siguiendo la línea que marcó el año pasado ¡Zarpazos! Un viaje por el Spanish Horror, pretende descubrir, o al menos dejar constancia, de quiénes fueron y qué hicieron esas personas que son mitos en los pasillos del Palafox durante esta semana. Lo cierto es que esta recopilación de monólogos de hora y cuarto vale únicamente por el testimonio de algunos de sus participantes. De producción y montaje simple, e incluso equivocado, es una pena que presente de un modo tan pobre el relato de los que por allí aparecen, algunos por última vez. Ver a Jesús Franco soltando machadas es un placer, pero en un plano con los cojines de su casa y con un vacío a la izquierda con unos interruptores de la luz, no. Y así todo, planos únicos, estáticos, en el primer hueco con un asiento, sin importar lo que aparece en la imagen y con una edición donde sobran repeticiones en exceso. Tampoco entiendo la mamarrachada que le toca hacer al pobre José Lifante como epílogo pero en fin, si te gusta el tema y quieres oír a Eugenio Martín hablando de lo flojo que era Peter Cushing, a Ángel Agudo demostrando que es a quien hay que acudir para esto o a Lina Romay quedándose con todos, tienes que verla. Eso sí, la imprescindible sigue siendo El hombre que vio llorar a Frankenstein.

Y mientras ocurría todo esto, en la sala principal se proyectaba México Bárbaro, proyecto formado por ocho capítulos de ocho directores que pretenden hacer terror partiendo de sus tradiciones y mitos. Ví esta en Sitges, en una maratón que comenzó a la una de la madrugada con V/H/S: Viral y The ABCs of Death 2. Digo esto para que os pongáis en situación y para advertir que, por lo que llevaba encima, el cuerpo y la mente no estaban para disfrutar demasiado. Empezar una última peli a las 05:15 es duro, pero eso no quita que, veas como veas este invento, resulte bastante fallido. Puedo salvar uno se sus segmentos, La cosa más preciada de Isaac Ezban, por macarra y divertido, y otros dos con reservas. El resto son demasiado pretenciosos y caseros, una dupla de adjetivos que hace llorar a los niños buenos. Se echa de menos algo realemnte bárbaro y más mexicano, no sólo del ángel de la muerte vive su cultura y aquí parece que se olvidan. Uno de los episodios de la nombrada V/H/S: Viral, que ahí resulta de los más flojos, podría encajar aquí por localizarse en Tijuana y sería el más interesante. Buen intento, se agradece el esfuerzo, pero no. Dejarse llevar pendejos.

El día del homenaje no había terminado y llegó el momento de volver a la sala 1 para ver a Lamberto Bava recoger su Maestro del fantástico. Tras un escueto gracias, no todo el mundo puede ser Robert Englund, dio comienzo Demons, la cinta de 1985 escogida para rememorar su trabajo. Con Dario Argento a la cabeza de la producción, Bava consiguió aquí su mejor trabajo, al que los años y la nostalgia por la macarrada ochentera y los efectos prácticos ha sentado de maravilla. La increíble compilación de temas del momento para la banda sonora y el desfase argumental, hicieron las delicias de los asistentes ante este título que se recordaba grande, pero no tanto. Qué lujo ver esto en una sala, con altavoces enormes donde oír a lo bestia su musicote y locos aplaudiendo cada chorretón de sangre y pota verde. Es imposible que algo pueda molar más que conducir una moto con la chica de paquete, cortando cabezas a demonios con una katana, haciendo piruetas entre las butacas de un cine y con Fast As A Shark sonando a todo trapo.

Tras el subidón de spaghetti maldito, tocaba volver a las secciones a competición. Lo hice con ganas ante lo que pensaba que sería Charlie's Farm, y es que como no me estoy informando, así me va. Sólo sabía que era australiana y que había psicokiller, así que pensé en Wolf Creek y la elegí muy contento. Es cierto que deja con buen sabor de boca, se suelta en los últimos veinte minutos y, ahí sí, da lo que quieres de un aussie violento y descerebrado. El problema es que hasta llegar a ese punto, tenemos una presentación de una hora lenta y bajonera que no es si no la enésima revisión random de La matanza de Texas. Además hay que aguantar a Tara Reid haciendo de scream queen de veinte años, los que tenía hace la mitad de su edad. Es una pena que se desperdicie con esos dos primeros tercios un villano tan convincente como el que ofrece al final, desproporcionadas armas blancas incluidas, y con un aire al prota peludo de Harry y los Henderson.

En ese momento yo ya no podía más, era muy tarde y lo sensato era tirar para casa. Cuando abrí los ojos, estaba otra vez en una butaca, atado de pies y manos y con la vista centrada en la pantalla. No sé quien me está torturando, pero esta última fue a traición. Bunny the Killer Thing era la apuesta gamberra, última en ser presentada en su sección Madness y tan capaz de ser un truño infumable como la explosión de risas que necesitaba la jornada. Tras su proyección, digamos que la pugna entre esas dos posibilidades quedó en tablas. Hago la media con don únicos datos: oí muchas risas y a mi me pareció un petardo. La repetición de gags, la falta de explicación argumental alguna y las escenas alargadas sin contenido, hicieron una pasta espesa con mis ganas de volver al hogar y consiguieron que todo se hiciese muy cuesta arriba. Que sí, que es la locura por la locura, pero si decides contarme lo que ocurre, te quedas con una de tus tres ideas para el malo y utilizas a tus personajes, puedes hacer un producto aun más surrealista y, a la vez, disfrutable. La trama trata sobre uno que se convierte en un conejo humano que hace el helicóptero con la chorra y repite insistentemente la palabra pussy. Unos amigos que andan por ahí de fiesta tienen que correr o ser devorados y violados por la criatura. Y luego hay unas subtramas que no entendí, chistes sobre personajes finlandeses que no conozco y más helicóptero y más pussy. Dejadme dormir cabrones.

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