24/9/15

San Sebastián 2015, día 5: lo otro

Lo importante está en San Sebastián 2015, día 5: las películas, que te has despistado. Lo de ahora son sólo pamplinas.

Hoy sí, hoy a por todas. Seguro que he descansado estas horitas y puedo darlo todo. Saldré a la calle y cantaré cada cosa que haga, como en un musical. Me ducharé raudo y veloz para que me de tiempo a pasarme a por las invitaciones de mañana y será un día estupendo. Seguro que tengo un hueco para ir a un parque con calma y escribir allí, alejarme de los sitios cerrados que me están oprimiendo y respirar, respirar el aire puro y salado de la costa donostiarra. Abro el portal, inspiro con afán purificador, me atraganto. Está diluviando.

El cielo gris y sus aguaceros marcan la jornada entre cornisa y cornisa. Con la llegada de la ventisca de la tarde esto deja de tener sentido porque llueve horizontal, así que la gente, simplemente, se deja mojar.

Cama-litera-sorpresa
Ausente durante toda la mañana del palacete de Kati, encontro un momento por la tarde para hacer una visita y cambiarme de ropa para empapar otra. Al llegar a lo que egoístamente llamo mi cuarto, me sorprendo al ver que la cama había digievolucionado. No tenía ni idea, pero he estado durmiendo encima de un artefacto puede catapultarme en mitad de la noche y dejarme sin recital sonoro. Qué lástima.

Una vez aseado, seco y descansado tras cinco minutos en boxes, salgo al chaparrón muy contento y feliz. Camino de la siguiente sala, vivo una de esas experiencias que marcan la vida de un ser humano para siempre. Bajo la lluvia, en un callejón a media luz, oigo unos gritos que, de primeras, identifico con una de esas interminables letanías de borrachín pendenciero. Según avanzo hasta el incesante canto de sirena, lo escuchado va formando un patrón reconocible, poco a poco me quiere sonar a algo. Cuando llego al rincón de donde salen los gritos, me topo con un grupo de surfistas, amargados seguramente por la idea de no poder dedicarse a lo suyo en ese momento, que se compadecen de sí mismos, cabizbajos, sentados en un bordillo. El de en medio de los cinco es el que canta y, llegados a ese punto, reconozco por fin lo que grita con desesperación. Es Arabian Nights, la canción con la que abre Aladdin.

Bueno, dónde está la fiesta
La lluvia, mezclada con la desesperación del grito surfista entonando esos cánticos orientales, me hacen flotar, levitar, soñar. Arropado por olores a incienso y resinas, a bazares alborotados con niños robando manzanas, dátiles envenenados, monos con sombrero y antiguos ungüentos sinuosos, me dejo llevar por una nube de diferentes especias hasta que despierto, como viene siendo habitual, en una sala de cine.

Vuelvo al hogar. Mi habitación tiene ahora tres ocupantes dormidos y dos camas vacías que me apresuro a dejar en una. Por fin en posición horizontal, dispuesto a asumir el sueño de los justos, oigo la entrada del nuevo. Son las 02:30, llega incluso más tarde que yo y desde el principio me lo tomo como un reto personal. Después de oír cómo tira diferentes objetos al suelo, juro que algunos parecen barras de hierro, decide que es incapaz de molestar más y sube a su litera. Qué tonto, la fiesta, su fiesta, nuestra fiesta, no había hecho más que comenzar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario