5/11/14

Filth, el Sucio (Filth)

Filth, el Sucio (Filth), locura y excesos tan buscados que pierden su eficacia.

El acento escocés mola más que respirar
Escrita y dirigida por Jon S. Baird, la nueva adaptación de una novela de Irvine Welsh siempre es algo a tener el cuenta. También es cierto que la culpa la tiene solamente una película, tras la gloriosa Trainspotting no han brillado en exceso ni The Acid House ni Ecstasy, pero con el protagonista de esta Filth, el Sucio la cosa pintaba mejor.

La trama nos presenta a Robbo, un policía de Edimburgo que tras pasar por una mala experiencia en el pasado se ha dejado a los malos hábitos. Un Torrente a la escocesa que tiene asignado un caso de asesinato pero cuya verdadera meta es ascender a costa de sus compañeros. Los excesos son los obstáculos contra los que tendrá que luchar en esta comedia que se transforma en drama y después en pesadilla, buscando desesperadamente una personalidad que yo no encuentro.

James McAvoy está enorme, eso hay que reconocerlo, todo lo bueno de esta cinta es él. Incluso en los desesperados cambios de tono, cuando mi atención empezó a divagar, McAvoy te obligó a disfrutar de su acento y sobradas en pantalla. El resto del reparto puede no ser tan brillante pero está a la altura. Magnífico Eddie Marsan con unas gafas que debería llevar siempre y muy correctos Jamie Bell y Gary Lewis, el reencuentro de la familia Elliot.

El problema es el ya apuntado, todo se vuelve patas arriba según avanzan los minutos y yo me pierdo entre tanta alucinación. Me interesa mucho más el humor pasado de rosca de la primera media hora que el drama imposible en el pretenden meternos. El giro final no sólo es predecible, si no que una hora antes empiezas a implorar que no sea eso y claro, lo es.

Una película interesante, con un protagonista sublime que tiene todo el carácter que le falta a su guión. Hasta la banda sonora de Clint Mansell se queda corta, algo que pensé que nunca escribiría aquí.

¡A lo loco!
Aquí el trailer. En cierto modo recuerda a Dom Hemingway, otro quiero y no puedo donde los interpretes apretaban mucho más que el libreto. Un 6.

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