25/9/14

San Sebastián día 5: lo otro

Toda la fachada en San Sebastián día 5: las películas. Toda la verdad, aquí, en Madrid Directo.

Despierto pensando en mi familia, en cómo me han abandonado aquí, solo, rodeado de seres extraños y obligado a ver hasta seis películas al día, muchas sin reposacabezas. Recuerdo que he venido porque me ha dado la gana y golpeo la misma balda de la cama superior con el rincón exacto de frente de ayer. Soy un hombre de costumbres.

Mis compañeros están inconscientes pero oigo jaleo en el pasillo, el Atalaya/Olga/Olga’s Palace es un ser vivo. En la ducha veo preocupado que me queda poco champú, escrito shampoo, pero no es algo con lo que hacer un drama. Oigo una voz madura, como de hombre cincuentón fumador de Ducados negro sin filtro. Está intentando invitar a un guiri a una supuesta paella que está preparando. Salgo inmediatamente de la ducha esperando un trato similar para disfrutar de mi primera comida caliente y con más de tres ingredientes en cinco días y descubro indiferencia, disimulo, casi rechazo. Nadie me invita a mí a nada, nadie me quiere. Cabizbajo entro en el despropósito que llamo cuarto justo para ver a mi héroe despertándose. Me quedo absorto mirando cómo un cuerpo que sufre tanto por el alcohol sigue obedeciendo a su dueño cuando me doy cuenta de que él también me mira. No sé si se mosquea al encontrarme empapado en medio del cuarto o es que siempre es así de lento pero tarda unos dos segundos en musitar un ronco “hey man”.

No entiendo mi vida
Abandono la seguridad de mi campo de guerra y voy a pedir las invitaciones para mañana a una carnicería. Me toca el B29 y van por el 077. Misterios. Tras la espera, comienza una locura fílmica que amasa mi mente hasta olvidar los momentos del día por los que ya he pasado y los que no. Me duermo en la sala 1 del Cine Principal y me despierto en la 2 de los Trueba. Entro en el centro de operaciones del festiva y al rato salgo en los engalanados Victoria Eugenia. No sé dónde estoy, cuándo estoy ni cómo soy. Durante un rato pienso seriamente que soy un perrito caliente, me echo mostaza en el pelo y me meto en la boca de un señor con camisa vaquera. Tras recuperarme de la confusión pidiendo perdón a todos los presentes, enfilo el regreso a mi cama, no sin antes meterme a ver otra película porque me coincide y claro, qué más da.

Durante la proyección sueño con un mundo mejor y más justo. Un mundo donde los Tiranosaurios Rex van en moto a cenar a bares de carretera y las medusas saben a fresa. Me despierta el acomodador diciendo que mis gritos molestan y, ahora sí, me voy a casa.

Nada que añadir
Cada vez que abro la puerta es una oportunidad de vivir aventuras, lo reconozco, pero también confieso que lo paso mal según se acerca el momento. Cuando lo hago, encuentro que los daños de la bomba siguen impertérritos por lo que Lucifer y su acólito persisten en amargarme la vida. Con pena veo que mi héroe ha causado baja y su cama la ocupa una joven iluminada por su smartphone. Al menos olerá algo menos. En ese momento pienso en dormirme rápido y evitar el festival de guturales pero no hay manera, un minuto después entra el dúo infernal por la puerta y comienzan a ligar con la nueva compañera, petición de Facebook incluida.

Una vez instalados en sus literas pasa algo realmente increíble. En realidad dos cosas, la primera es que el tipo silencioso pide permiso para terminar una película de la que le quedan cinco minutos y no encuentra los auriculares, esos que pisé hace dos capítulos. Pone la peli y distingo perfectamente en discurso final de Somos los Mejores y muero de placer. La otra cosa maravillosa es que por primera vez soy consciente según ocurre algo de que voy a escribir sobre ello. Según oía la altiva arenga de Emilio Estevez a sus chicos, no pensaba en lo que estaba viviendo si no en si me creeríais cuando lo plasmase aquí porque, sinceramente, casi es demasiado perfecto. Terminada la película todo queda en silencio. Cinco minutos después, comienza la tortura auditiva. Lloro onemoretime.

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