26/9/14

San Sebastián día 6: lo otro

Bienvenidos al sexto día de maravilla cinematográfica, por favor pinche en San Sebastián día 6: las películas para acceder. Si lo que desea es salir del edificio por la puerta de servicio, siga leyendo.

Despierto sobresaltado, oigo demasiado jaleo en la calle. Miro el reloj y efectivamente me he dormido, adiós a mis planes de escribir la crónica del día anterior por la mañana. Son las diez cuando salgo bruscamente del albergue, chocándome en el portal con una tipa rubia que me suena pero no sé de qué.

Francotirador en posición
Llego precipitadamente a una sesión, tanto que me toca sentarme en un palomar lleno de plumas y restos de aves. La rejilla no me deja ver bien pero más o menos me apaño. La peli dura más de lo planeado así que me descabala el horario y no llego a la siguiente, mal timing everywhere. Decido que no hay mal que por bien no venga y me voy a la sala de redacción a recuperar parte del tiempo perdido.

Como tengo acceso a internet, moneo por redes sociales sin piedad ni sentido de la realidad y, al rato, estoy absorto en mis pensamientos. Hay algo que no me deja concentrarme, ¿quién era la rubia?. Como sabiendo que estoy a kilómetros de distancia, un cámara pasa con su herramienta de trabajo muy cerca de mi cabeza, a unos 0 milímetros más o menos. Tras el golpe, la disculpa y mi sonrisa de nosinomehasdadotranquilo, me toco disimuladamente el chichón y la solución acude a mi mente: ¡la bielorrusa!. La rubia de antes, para el que se haya perdido, es una amable norteña que me auxilió en mi llegada al Atalaya/Olga/Olga’s Palace y sin la que seguramente llevaría una semana durmiendo en la playa, huyendo de la excavadora de la muerte.

De pase en pase y tiro por que me toca, llega un momento cada día en que siento morriña y me voy de potes por una calle con bares como cimientos fundamentales. A la salida, melancólico, miro hacia arriba y veo que me puedo sentir como en casa.

Como en casa
Las sesiones van bien el resto del día, todo me gusta y eso me pone contento. La última película va de sótanos en Austria y me asusta bastante. Al volver pienso en que de cada esquina va a salir un austriaco y me va a meter en su sótano para hacerme cosas crueles. Imaginad que os secuestran y os obligan a vestir de boda durante días, en plan muy incómodo, y a escuchar a los Vengaboys las 24 horas. Muy alto. Cosas peores salen en ese documental, no me miréis a mi.

Camino del hogar noto frío húmedo, la mejor de las sensaciones cuando estas cansado. Miro a mi alrededor y veo que soy el único que se siente así y me mosqueo. Hace la misma temperatura estable que el resto de días, calor con lluvias torrenciales inesperadas, no entiendo por qué estos escalofríos. Cruzo el puente que divide San Sebastián y me imagino en otra ciudad aun más lejos. No sé por qué hago eso, como si no tuviese suficiente. Al final me da vértigo y enfilo el paseo marítimo para volver de una maldita vez.

En ese momento me doy cuenta de que lo que había sentido antes era una señal, una advertencia, una alerta de mi sentido arácnido y tiemblo ante lo que me pueda encontrar al abrir la puerta de la casa del terror. Esta vez no hace falta que llegue a mi cuarto, las aventuras comienzan en el pasillo.

Primero oigo gritos tras la puerta acolchada, que os juro que lo está. Entro sigiloso, temblando y acelerando en la recta que me separa de mis compañeros, sean los que sean hoy. Al poner la mano en el pomo oigo la voz del fumador empedernido que indefectiblemente se dirige a mi y me pregunta si hablo inglés. Educado, porque lo soy, le digo que también domino el castellano y, al enfocar, descubro una estampa encantadora. Una inglesa vestida de fiesta y con el rímel corrido discute con el amable lugareño hasta donde la cerveza y la falta de entendimiento mutuo les permite. Me usan de traductor y me entero de una trama muy jodida: ella dejó por la tarde un bolso negro en la cocina con su cartera y demás y ahora, al regresar a las 00:30, no estaba. El fumador me dice que él no ha visto nada, que le diga que nadie ha limpiado desde entonces y que mire en su cuarto que estará ahí. La inglesa me dice que se fía de todos los que estamos ahora mismo en el albergue, ojo que a mi me ve por primera vez, y que sabe que lo dejó en la cocina. El fumador se pone nervioso y saca dos bolsos que tiene en un armario. La inglesa se desespera porque no son los suyos. Yo no sé que hacer y, ante la expectativa de pasar la noche viendo al tipo sacar bolsos de armarios secretos, me voy a lavar los dientes. De pronto, el fumador interrumpe mi higiénica tarea y me dice que el objeto perdido apareció mágicamente, que en diez años nunca se ha perdido nada y que qué casualidad que se pierda cuando hay españoles en el albergue. Esta última aseveración no sé a qué viene, entiendo que insinúa que somos unos ladrones pero me lo dice a mi, el único cliente español en ese momento. Me está llamando ladrón o se lo está llamando a sí mismo, el caso es que me voy a la cama porque ya todo me da igual.

Noche donostiarra
En mi cuarto sólo está la chica, la pareja infernal está de fiesta así que no me la juego, me tumbo muy rápido y me concentro en dormir. Lo consigo. Esto que leéis es mi subconsciente ejerciendo la escritura automática. Hola, un placer. Farola. Chihuahua. Pertrecho. KLAATU BARADA NIKTO.

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