Que el título no te deje en casa |
La trama es una adaptación del propio Folman de una novela
de Stanisław Lem, el autor de Solaris. Aquí aborda un mundo donde los
intérpretes han vendido sus derechos de imagen a empresas, como la llamada Miramount, que explotan sus avatares
digitalizados mientras ellos viven de las rentas. Ya nadie envejece en el cine
y la actuación ha desaparecido. Veinte años después, durante una convención en una
realidad animada, se querrá dar un paso más.
Folman moldea la novela de Lem a su antojo y consigue que
Robin Wright encaje a la perfección. Su pasado, especialmente el éxito de La Princesa Prometida y el poco peso de su carrera los últimos años, son
necesarios para que todo funcione como la magnífica interpretación de la
actriz. Harvey Keitel parece algo más descentrado al principio pero, cuando llega su momento de gloria, da gusto escucharle. Además lo que dice contra la ciencia ficción parece salirle del corazón. Maldito.
La animación es todo lo esquizofrénica que requiere la
historia. Algo más despegada del flash que la anterior pero aun encorsetada,
saca todo el jugo posible a su formato y traslada al espectador a ese mundo
alucinógeno en el que se mueve la protagonista.
Buttercup vendiendo lo que le queda |
Si quieren disfrutar de un buen viaje de ácido filosófico, pasen. Si prefieren
pensar sobre las ventajas y desventajas de darle la espalda a la realidad,
pasen. Si lo suyo en la hipocresía del actor que se atreve a valorarse, pasen.
Si sólo quieren ver la versión buena y sopesada de los intentos lisérgicos de
dibujantes de los 70, adelante. Además el maquillaje pone al descubierto que Robin Wright se transformará en Jessica Lange en veinte años así que todo son buenas noticias.
La ciudad está rara |
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