Turbo Kid es una producción canadiense excesiva, sanguinolenta e irresistible. Es puro plástico, no hay que engañarse, pero sus brillos y adornos atrapan durante su perfectamente medida hora y media. La trama nos sitúa en un futuro 1997 donde el planeta se ha ido al garete. En el yermo, sobrevive como puede un joven que pasa el día recopilando cachivaches para cambiar por agua y cómics hasta que, inevitablemente, se ve obligado a luchar contra el caudillo local y salvar a la chica. Los responsables de todo esto, Anouk Whissell, Yoann-Karl Whissell y François Simard, se esfuerzan en lograr la estética que todo modernillo neofreak está pidiendo en este momento. No es un homenaje a los 80 ojo, esto ya es otra historia, Turbo Kid es más bien un exploitation de ese nuevo género que es la nostalgia sobredimensionada, los recuerdos con esteroides. No había nada así hace tres décadas, pero la exageración y el gusto por el diseño han calado de tal manera que se puede disfrutar de estos productos mientras que los que antes nos llamaban frikis agradecen estos supuestos remembers. Pero qué demonios, hay sangre, bicis, robots y sale Michael Ironside con un parche, a mí me vale.
The Boy es casi todo lo contrario. Apagada, lenta y algo pretenciosa, es el típico producto con el que esperas que al menos el director se haya quedado a gusto. Los dos primeros tercios los conforman esos planos que quedan muy bonitos dentro de una buena historia pero que, sin nada alrededor, no terminan de servir de mucho. Un niño vagando de acá para allá, conociendo a personajes que desaparecen según el guión se va escribiendo, y tocando las narices a todo el que se cruza en su camino, haciendo que el público odie al protagonista desde el principio. Tras todo este vacío, hay un final tan trillado que me hizo dudar sobre si soy tan tonto que ya había visto esta cinta en algún lado y la había olvidado. No es el caso, pero reconozco que en dos días no recordaré ni el título de esta cinta y puede llegarme a pasar. Al fin y al cabo, sí soy tan tonto.
Toc toc (Knock Knock) sirve como excusa a Eli Roth y Nicolás López para venirse a Sitges con los gastos pagados, y poco más. Creo que Roth ha sido idolatrado por encima de sus posibilidades desde que llegó al mundillo, y lo escribo con pena porque es el típico tío que sabes que sería tu colega, supongo que eso le pasa a Tarantino. El caso es que preferiría irme de copas con el responsable de Hostel que ver sus pelis, aunque sigo con esperanzas de The Green Inferno, su única propuesta con enjundia que no hay manera de que se estrene por aquí. El caso es que su nuevo título, con Keanu Reeves como protagonista y unas sugerentes Lorenza Izzo y Ana de Armas, es una tontería importante. Simplona y descafeinada, López vende la cinta de su colega como puro porno, recién llagada desde los calenturientos 70, donde el thriller y el erotismo más suelto iban de la mano. Pues nada de eso, hora y media de home invasion tontorrona, no del todo bien montada, y con concesiones que el espectador tiene que aportar como si sí estuviese viendo un producto antiguo. Si todo lo que ha llegado de esas cintas de videoclub es lo malo y me lo sirves con fotografía digital televisiva, pongo Telecinco y no me hace falta ir al cine.
Deathgasm, otra vez, es lo contrario. Si la decepción con la anterior vino porque no ofrece lo que pretendía, esta locura neocelandesa es exactamente lo que su cartel y trailer prometen. Escrita y dirigida por Jason Lei Howden, demuestra otro año más que, además de los viajes a la Tierra Media, en la isla de las antípodas se les da de lujo el humor oscuro. Sigue las aventuras de un joven metalero que monta una banda con otros perdedores del instituto. Tras robar casi sin querer unas antiguas partituras, desatan el Apocalipsis en la tierra y se verán obligados a hacer algo al respecto. Bestia, rápida y heavy, entusiasmará a todos esos colegas que se quedan a ver algo en la sala después de un ensayo, birra en mano. Si no tocas en un grupo pero te gusta lo auténtico, no temas, a parte de un par de chistes internos vas a disfrutarla como si fueses un melenudo encuerado. Otra de esas gamberradas que salen bien, no pretenden otra cosa que lo que consiguen y dejan en bragas a las grandes producciones que se aprovechan del tirón de estas independientes, copiando y olvidando la esencia. ¡Esos cuernos joder!
Y hablando de autenticidad y potencia, la mía se acabó y salí de la maratón freak a falta de las prometedoras Dyke Hard y The Virgin Psychics, pero es que eran las 03:00 y no podía más. Pero no voy a contar nada de esto, es terreno de Sitges 2015, día 3: lo otro.
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