20/10/15

Sitges 2015, día 7: lo otro

Ya sabes que lo importante de este día está en Sitges 2015, día 7: las películas, pero si quieres perder el tiempo muy a lo loco, tú verás, yo no prometo nada.

Hay cuatro cosas que me están taladrando la mente estos días. Cuatro inconvenientes que me distraen pase tras pase y que no me permiten descansar las dos horas y media que duermo, al menos los días buenos. El primero es que sois insaciables, os cabrea no tener a tiempo vuestra crónica de desventuras y no os sacia cualquier cosa. Haber obtenido una habitación propia, ha supuesto tanto descanso para mi alma, como enfado para la vuestra, necesitados como estáis de desgracias ajenas. Por eso supongo que estoy aquí, escribiendo esto y enumerando las otras tres pesquisas que andan molestándome sobremanera. De nada, desgraciados.

Cabeza borradora

El espectador perfecto
Calculo que es algo que me está ocurriendo en cuatro de cada cinco películas, pero empezaré desde el principio: soy bajito. Esto es algo que no me preocupa en mi vida diaria, no soy un llavero ni disimulo alzas por complejo, me puedo montar en todas las atracciones que quiera y conducir sin un cojín, a mi me vale. Los inconvenientes normales, como no ver nada en los conciertos o no conseguir nunca un mate en una canasta, me acompañan sin molestar demasiado. El problema llega en los cines en los que la grada no es demasiado inclinada, es decir, en tres de las cuatro salas de Sitges. Los palcos son los amigos de los hobbits, arriba me siento como un francotirador afortunado, sabiendo que mi linea de visión no se verá interrumpida, pero las sillas que se encuentran ahí arriba no son todo lo mullidas que uno querría. Por eso, cuando en la sesión nocturna somos cuatro aventureros, o cuando simplemente quiero estar más cómodo, bajo junto a los humanos normales. Llego a tiempo, busco una línea de tiro, recta y segura, que me permita ver los subtítulos y me acomodo. Todo está listo, entre varios moños y demás aventuras capilares, mi campo visual está despejado y completo, ideal para disfrutar tanto de imágenes y texto. Es entonces cuando ocurre el catastrófico acontecimiento, siempre en el mismo orden. Se apaga la luz, comienza la cabecera del Festival, la gente aplaude y un tipo de sienta JUSTO en el rincón que tenía reservado para ver la película. Si llegase antes, me cambiaría de sitio. Si tuviese algo de cara, lo haría aun con la cinta empezada. Como nada de esto es así, he pasado la mitad de la semana en posiciones imposibles, oteando líneas de diálogos entre hombros y orejas, retorciendo mi cuerpo hasta conseguir un despreciable 75% de lo proyectado. Me encantaría investigar sobre si es siempre el mismo tipo el que hace esto, alguien obsesionado con mi persona que busca mi asiento y mi desgracia, minando sesión a sesión mi moral, esperando un estallido de ira que está a punto de lograr.

Abierto hasta el amanecer

Mi hotel por detrás
Aunque esta vez no comparto habitación, puedo entrar y salir del sitio de mi reposo cuando quiera y la ducha está siempre disponible, esto no quiere decir que esté libre mi baches nocturnos que hacen mi existencia más cenagosa de lo que querría. Resulta de mi hotel comparte planta inferior con un local bastante animado, en concreto, con un bar de apuestas deportivas especializado en eventos para ingleses borrachos, que no parece ir in adjetivo sin el otro. Cuando su equipo gana, lo celebran fuerte, muy fuerte. Cuando pierde, aguantan el tirón celebrando la derrota fuerte, muy fuerte. Mi terraza, ojo que tengo, no me ha servido para desayunar tranquilamente mirando al mar. primero porque no da al mar y segundo porque tampoco he desayunado tranquilamente ningún día, sin embargo es ideal para que bajo los barrotes se congreguen los alcoholizados fans del deporte tardío, olvidadas ya sus penas o alegrías, a cantar lo que haga falta. En el rato de cama que disfruté anoche, pude escuchar en bucle una versión de La gozadera que un británico se empeñó en practicar hasta la muerte, único motivo por el que supongo que cesó el berrido. Gracias Mark Anthony, gracias por todo.

No profanar el sueño de los muertos

Mi mirada en el séptimo pase del día
El ritmo exigente de una cita como esta hace que los cuerpos cedan ante lo imposible. La falta de reposo unida ala comodidad de una butaca y la tenue luz de una sala de cine hacen imposible no sucumbir a las arenas del señor de la noche. Lo único que puede ocurrir es que te pierdas fragmentos de una película y, si es así, siempre puedes disimular como los críticos profesionales y aprovechar la circunstancia para rajar de los responsables del título por obligarte a planchar la oreja. El problema viene cuando es el desconocido que tienes a tu lado el que duerme plácidamente y, oh sí, ronca sin reparo. Esto me ocurrió en un pase tardío y, tras las primeras risas nerviosas en los inicios del sueño, llegó la lucha. El caballero durmiente no parecía dispuesto a cesar en su empeño de añadir efectos guturales a la pausada película independiente. Los de delante comenzaron a removerse, molestos, y entendí claramente que la confusión llevaría de manera inequívoca a pensar que era yo el agotado espectador. Quería que mi compañero de fila dejase de hacer ruido pero no sabía cómo, los chasquidos frena-ronquidos no creo que funcionen, menos si de fondo ya hay un sistema de sonido que no parece molestar al emisor. Me removí en mi asiento, buscando fricción entre respaldos y un temblor definitivo que despertase a la béstia. Nada. Tras varios minutos incómodos, la criatura de despertó sobresaltada ante el grito de una joven que iba a ser degollada. No parecían contentos, ni la futura asesinada ni en ahora sí activo espectador. Supongo que el pobre esperaba abrir los ojos ya en su cama y el disgusto de tener que levantarse y andar le molestó, cosa que no frenó su impulso e hizo en ese preciso momento, dejándome a mí sólo en la zona cero y, por supuesto, siendo único responsable para los dos compañeros que me clavaron la mirada cuando, veinte minutos después, se encendió la luz. Yo sonreí, pero por dentro estaba llorando.

1 comentario:

  1. Al final tampoco lo has pasado tan mal. El año que viene te busco yo el hospedaje.

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