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Dicho esto, Drácula, la Leyenda Jamás Contada es un truño importante. No recuerdo una película que me obligase a mirar el reloj tantas veces, atónito antes la pastosidad del tiempo que pareció congelarse en mi butaca. Me sentía como Goku en la sala de entrenamiento, sabía que saldría a la hora y media al exterior pero juro que estuve dentro del cine una semana.
La trama pretende contarte una historia de Drácula con Vlad Tepes en su época de apogeo, vale, lo compro, un vampiro cero y su inicio, vamos a ello. Pues no, hay otro vampiro con otra historia curiosamente similar a la del Vlad de toda la vida que funciona como inicio de todo. Es decir, cogen la génesis del chupasangre y superponen a otro tipo anterior para llegar a la misma conclusión de siempre. Todo esto rodeado de personajes que no apetecen, un hijo rancio que no mola, y una bondad en el señor empalador digna de un misionero en un campo de leprosos.
Luke Evans hace lo que puede y Charles Dance mola porque es él y punto. El resto me dan igual, solo espero que hayan ganado pasta y a seguir con sus vidas.
Todo esto era de esperar, claro, pero la prepotencia de su título y la seriedad con la que abordan su trama me hizo pensar varias veces en escaquearme como un cobarde. Mi deboción al trabajo bien hecho y mi lealtad para con mis lectores impidieron mi huída, lo que propició que pudiese disfrutar de su epílogo donde se refuta aquello de que todo puede empeorar.
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| La pena es que su Vlad molaba |
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