14/10/14

Sitges día 9: la despedida de lo otro

Última advertencia, lo que ocurrió en las salas en Sitges día 9: las películas, para lo que ocurrió fuera o incluso lo que no ocurrió, a continuación.

Todo lo bueno se acaba. Lo malo también pero tarda más, como las picaduras de insectos no identificados que seguirán conmigo cuando ya no recuerde esta semana de locura. Pero olvidemos eso, qué injusto estoy siendo con mi albergue del alma que sólo repito el único punto negativo. No os cuento, por ejemplo, que esta última mañana había que salir bien prontito para la sesión tempranera y a las 07:15 ya me tenían el desayuno preparado. Glory bendit.

Han ganados todos, vamos a casa
El ambiente en el Auditori era de despedida. Muchos nos largábamos esa tarde y otros, valientes sin compromisos, aguantarían el tirón hasta el día siguiente. Pero lo gordo, lo que se dice lo primordial, nos lo quitamos por la mañana en la rueda de prensa donde se dieron a conocer los premios. Muy repartidos, mucha mención especial y mucho buen rollito. El resultado final es que todo el mundo tiene algo, ya sea una condecoración oficial, un diploma del jurado o el premio Grumete Pescanova, si vienes a Sitges te vas con algo. A mi me confundieron con uno de los interpretes de What We Do in the Shadows, el Nosferatu siniestro, y tuve que explicar que mi aspecto se debía a la falta de sueño porque ya me querían dar el trofeo Yo Dona.

Tras la rueda de prensa y una última peli para el camino, tocó partir para el hogar. No volví a ver a mi colega de litera por falta de planificación y ahora me siento responsable pero claro, no iba a tirar por la borda el subidón de café con Red Bull que me preparé para aguantar el viaje. Y es que tras llevar nueve noches con una media de tres horas diarias de descanso, afrontar la conducción de siete horas de vuelta parecía más terrorífico que cualquiera de las 44 películas vistas.

Horizonte final
La verdad es que hice trampa, me vine muy arriba, en plan pijo total, y decidí dar algo de dinero al poble català pagando los peajes y recortando al recorrido casi una hora, like a boss. El tajo fue sólo de 25€ y mereció la pena, al menos hasta que empezó la tormenta perfecta de La Tormenta Perfecta y todo se jodió. Vi como George Clooney me adelantaba en su barco por la derecha y, cuando me quise dar cuenta, estaba en una retención muy guapa de una media hora. Espero que el que se la pegase fuese el propio Clooney, por macarra.

El viaje transcurrió sin más incidentes, al menos externos. Dentro del coche el ambiente estaba cargadito, más que nada porque mi iPod de seis años, al que se le debió romper la obsolescencia programada hace cuatro, ya no está para muchos trotes. A las tres horas se dio por vencido y la radio parecía no querer sintonizar otra cosa que el programa favorito de Caroline en Poltergeist. No tuve otra opción que cantar yo, menos mal que iba solo porque si no mi cuello hubiese conocido el frío beso del acero de un pasajero irritado. Cuando mi familia me preguntó al día siguiente por qué estaba afónico, dije que de aplaudir a Dianne Bruce por su trabajo en la opera prima de Hugo Falaggi. Tampoco lo entendieron pero me dejaron en paz.

Cuando llegué a casa, cansado, dormido, terminal, me tuve que probar un traje muy elegante porque en unas horas iba a estar más cerca de Vito Corleone que nunca. Ser padrino de una preciosidad es una gozada, serlo tras nueve días de Sitges es una experiencia cósmica donde se entremezclan realidad y ficción. Cuando subí al altar a encender una vela, un rito que en ese momento me pareció de lo más sublime, miré a los bancos de la parroquia y allí estaban todos, el niño árbol de Cub, el alto mando en estado de descomposición de Zombis Nazis 2, la cochina que se restriega de Wetlands, un asiático muy sonriente de R100, la muñeca regulera de Annabelle, los gemelos de Goodnight Mommy, el Harry Potter de Jamie Marks Is Dead, la niña con un VHS azul en la mano de Réalité, el gato de The Voices, la india de Orígenes e incluso el hipopótamo tróspido de Nicky, la Aprendiz de Bruja. Todos estaban presentes en ese  bautizo y yo, claro, me desmayé.

En el recuerdo
Cuando desperté estaba en el restaurante del convite, con comida caliente ante mí, algo que me ayudó a volver a sentirme humano. Todo iba volviendo a la normalidad, mi cerebro se estaba asentando y dentro de poco podría volver a establecer conversaciones normales. Pero cuando me pusieron delante un plato con un arenque crudo me mosqueé un poco. Miré a mi familia y todos se lo estaban comiendo con naturalidad, algunos incluso sin usar cubiertos. Me asusté y me levanté de la mesa tirando un par de tenedores en la celeridad de mi movimiento. Todos me miraron, con restos de pescado resbalándoles por la barbilla. Con voz pastosa y llena de escamas alguien me preguntó que qué me pasaba. Me excusé diciendo que tenía que ir al baño.

Allí me eché agua fía por la cara, todo debía ser una alucinación. Seguramente iba a tardar un poco más de lo que esperaba en volver al ritmo de la vida diaria. Igual que el jet lag, toparse con el mundo tras una semana de fantasía puede doler al principio pero te terminas haciendo. Lo cierto es que la alucinación había sido demasiado real pero ahora volvería a la mesa y vería como toda mi familia estaba comiendo algún plato bien elaborado, no aquel pez crudo y triste, relleno de tripas y espinas que parecían no importar a nadie. En ese momento empecé a oler a mar, a puerto, a humedad salada. Esto es bastante raro en mi pueblo de la sierra madrileña así que volví a echarme agua en la cara temiendo otra reacaída. Cuando cerré el grifo, oí el chirrido de una de las puertas que permiten al usuario del servicio una mayor intimidad en determinadas ocasiones. De dentro venía un suave quejido gutural, como de esfuerzo y gozo a partes iguales. Según la puerta se abría lentamente, el hedor a costa en un mal día iba creciendo. La curiosidad pudo con mi pudor y prudencia y me quedé inmóvil, con la vista fija en lo que me fuera a ofrecer aquel cubículo. Poco a poco la puerta dejó de ceder a su propio impulso y fui yo el que tuve que acercarme y terminar de empujar el tablón de madera para descubrir lo que me tenía preparado el destino. No podía ser una alucinación, la realidad se ha roto, estoy dentro de la historia, se acabó. Delante mío había una criatura llena de cicatrices con cara humanoide tras unos gruesos bigotes y dos inmensos colimillos. La morsa me miró y lloró. Y yo con ella.

1 comentario:

  1. No vuelvas chaval, vete tras la morsa, hazte colega de Clooney.... pero no vuelvas al mundo real ¡eso si es terror!
    urnas si urnas no, ébola que te casco, impuestos que te subo a un sueldo congelado y lo peor de todo...Coge tu carrera y corre porque no vas a encontrar como ganarte la vida.
    CINE CINE CINE CINE mas cine por favor!

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